
Muchos de los protagonistas más trágicos y famosos de la historia han sido artistas aficionados, y algunos incluso profesionales. Hoy vamos a hablar sobre uno de los aspectos menos conocidos de uno de los más sanguinarios tiranos que han existido: Hitler.
Pocos conocen que en su juventud, el joven Adolf trató de labrarse una carrera como pintor en la Viena de la Belle Epoque. Tras una infancia tormentosa, marcada por la relación con un padre autoritario y maltratador, a los 16 años Hitler escapó a Viena para intentar en 1907 entrar en la escuela de Bellas Artes sin conseguirlo. Disgustado (actitud que desgraciadamente ya no le abandonaría toda su vida), contactó con otro vagabundo con ciertas pretensiones artísticas, Reinhold Hansich para pintar y vender pequeños cuadros con vistas de Viena (lo que sería el actual equivalente a las tarjetas postales) a los turistas que visitaban la capital austriaca.
El negocio hubiera funcionado bien (ya que Hitler poseía genuino talento artístico), de no ser por la vaguería y pocas ganas de trabajar de los integrantes del equipo. En 1911 disolvieron la sociedad y a partir de entonces, Hitler centró su actividad en trabajar realizando rápidos cuadros para los fabricantes locales de marcos. Estos vendían mejor su producto si incorporaba una pintura, lo mismo que un fabricante local de tresillos, uno de cuyos modelos llevaba cosido un lienzo por detrás.
A partir de 1913 se instala en Munich para evitar el servicio militar austriaco y logra sustentarse malvendiendo pequeñas obras por las calles y de puerta en puerta. Es notable que en estos años de penuria, uno de sus principales apoyos fuera un comerciante judío, que le compró numerosas obras.
Durante su servicio en el ejército en la I Guerra Mundial siguió pintando impresiones y escenas de la guerra. Posteriormente, tras ser desmovilizado abandonó la actividad de la pintura y comenzó a interesarse por la política con los funestos resultados que todos conocemos.
Si hemos de valorar su obra, observamos que predominan en ella las vistas urbanas, consecuencia lógica de su actividad de pintor de postales. Además Hitler también fue muy aficionado a la arquitectura, influyendo mucho su visión en el desarrollo del colosal estilo arquitectónico nazi que iba trasformar a Berlín en la capital del mundo.
Muchas de sus obras también muestran escenas idílicas de una Alemania rural y preindustrial, con referencias la pasado medieval.
Lo más curioso es que Hitler no carecía de talento, llegando a elaborar obras de cierta calidad. Su estilo es muy formal y ortodoxo, como correspondería a un pintor comercial de la época. Sin embargo también tiene algunas obras de factura muy suelta y expresionista, de cierta calidad.
Os dejamos con algunos curiosos ejemplos de su trabajo. Solo cabe decir que ojalá hubiera tenido más éxito como pintor que como político. ¡Otra hubiera sido la historia de Europa!