¿ES NECESARIO SER EXCÉNTRICO PARA SER ARTISTA?

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Está muy extendida la creencia de que para ser un artista de calidad y no digamos ya uno genial, es imprescindible ser excéntrico, sorprendente e incluso estrafalario. En suma, alguien que se sale de lo normal y al que se le disculpan todas sus rarezas, porque “es artista”.

Si bien es cierto que todo buen artista debe de tener una visión sincera y libre de convencionalismos para crear su trabajo, convertir la excentricidad en la norma necesaria para ser un buen creador, media un rato.

De hecho esta visión “romántica” del artista es algo relativamente reciente. La Edad Media fue una época en la que hubo miles de artistas prodigiosos que nos dejaron una cantidad ingente de retablos, esculturas y pintura magistrales, al artista no se le consideraba más que un artesano especialmente cualificado. Alguien con cierto “don” pero que pertenecía a la clase menestral, junto con los carpinteros, tallistas, doradores, etc. con los que colaboraba como uno más en la “producción” de los grandiosos retablos que nos han llegado hasta hoy. Muestra de ello es que los pintores no firmaban sus obras ya que no creían que su trabajo mereciese ningún tipo de reconocimiento especial.

La figura del “genio artístico” surge en el Renacimiento, con artistas como Miguel Angel, Leonardo y Rafael. Todos ellos son conscientes de la valía de sus logros y capacidades, considerándose a sí mismos “príncipes” entre los príncipes y señores de su época. De hecho, reyes y papas compiten entre sí para obtener sus servicios. Al artista se le empieza a ver como una persona dotada de “algo” especial, capaz de crear obras que se elevan y sobrepasan el nivel común de las realizaciones del hombre.

Esta creencia es cimentada durante el Romanticismo y sobre todo a partir del Impresionismo. Van Gogh es el pintor que sienta las bases del “genio incomprendido”, desequilibrado y adelantado a su tiempo y que debe de bregar con el rechazo del público burgués.

Desde entonces, para el imaginario burgués, todo artista que se precie debe de ser un ente de vida un tanto efímera y atormentada, sufridor sin cuento debido al rechazo y pasar por un calvario de penalidades y sufrimientos antes que por fin, logre el éxito y la fama. A los ojos del público, un artista debe de ser alguien excéntrico, inconformista, imprevisible, original, en definitiva: raro a más no poder. Si no, es que no debe de ser muy artista.

Por eso hoy en día, todo artista moderno que quiera triunfar, lo primero que tiene que hacer es crearse un «personaje» convincente, cuyas excentricidades, convenientemente difundidas por los medios de comunicación muestren bien a las claras lo genial que debe de ser. Este marketing lo dominaban Dalí y Warhol de forma magistral, que periódicamente montaban un show para que su figura (y sobre todo su cotización) no decayesen.

Esa idea es la que subyace en muchas excentricidades de artistas como Damian Hirst y otros, que logran impulsar el precio de sus obras a base de convertirse en figuras mediáticas. Ante la incapacidad actual del público y la crítica para cribar el grano de la paja en el vasto mundo del arte actual, muchas veces el único valor de referencia disponible es cuan escandaloso es el artista y sus propuestas. Y así nos va.

 

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